Por Paulina De Cesare. Diciembre 2013
“Somos nenes jugando y el mundo no es una sala de juegos”
Más que artista, terapeuta. Tan autodidacta como profesional. Tan sensible como objetivo. Anatole representa una nueva mirada con su lente: ¿qué es la belleza? Los traumas, la vergüenza y los (anti) estereotipos sociales como punto de trabajo.
Con sus 34 años y su estudio en el barrio porteño de Belgrano, Anatole se enoja con la presión social de ser necesariamente bello. “Me encuentro con muchas cosas que están mal y que son perversas y hablo de eso”, afirma el fotógrafo que comenzó retratando lagartijas de niño para, de alguna forma, llevárselas a casa.
La mayoría de las chicas que posan para Anatole se cuestionan por qué el fotógrafo las elige a ellas. “¿Por qué yo si tengo estos kilos de más? ¿Por qué yo si tengo las tetas chicas? ¿Por qué yo si no tengo cuerpo de modelo?”. Porque nuestro artista no trabaja con modelos -entendiendo a éstas como mujeres que cumplen con los requisitos exigidos por la sociedad para ser “bellas”. Éstas “tienen los pilotos automáticos, una rutina, y toman la sesión de otra forma, no les es un descubrir”, observa Anatole mientras fuma un cigarrillo y acaricia su gata negra.
Por esto se puede decir que, de cierta forma, Anatole cumple una función terapéutica en sus “modelos”. El descubrirse, el aceptarse, el gustarse y quererse. “Siempre sentí que mi real función era esa, dejar algo en ellas a través de esa secreta confidencialidad que hay con cada una. Muchas me adoptan de tío o de hada madrina y está bueno. Quizás porque juegan a complacer a los demás es que encuentran acá el lugar para exponer sus cosas internas y se genera una confianza en la que me cuentan sus cosas e intento aconsejarlas. No tengo la verdad absoluta, pero de esa forma ambos nos acompañamos”, relata con una peculiar ternura.
El fotógrafo que ha expuesto en Nueva York, México y Bolivia, jamás edita sus fotos con el fin de borrar imperfecciones físicas de sus posantes. “Esas boludeses no me interesan, de alguna manera resalto la ‘imperfección’ y la aplaudo”, comenta seriamente al respecto. Aunque ha recibido tentadoras ofertas por parte de productoras internacionales, Anatole no se presta a sus juegos. “¿Por qué Playboy me escribe a mí -se cuestiona- si yo no tengo modelos perfil Playboy? ¿Qué tengo que hacer yo ahí? Ofrecen un producto, mujer-carne-producto, y no transo con eso”.
El artista encuentra un gran atractivo en adoptar la ciudad porteña como escenario de sus obras, pero el público y los cuerpos de seguridad no comparten su gusto. A pesar de haber sido perseguido por merodear cerca de templos judíos, vigilado por guardias en bicicletas en el Parque de la Ciudad y echado de la “selva” que ofrece Ciudad Universitaria, Anatole comenta entre sonrisas que justamente eso busca por la diversión y la adrenalina que supone enfrentarse a esas situaciones. De todo modos, remarca con una suerte de resentimiento: “Al mismo tiempo que a mí y a las chicas nos echan de Ciudad Universitaria porque alguna está desnuda, en Barrancas de Belgrano hay una vieja de 80 años toda operada y en bikini. Nadie le dice nada porque simplemente está tomando sol y eso está habilitado porque 20 personas lo hacen, pero nosotros somos los pelotudos por querer hacer arte en lugares para nada transitados”. Remata diciendo: “En realidad somos nenes jugando, no hay maldad dentro de nuestra rebeldía o curiosidad. Entonces, cuando nos chocamos con esas maldades, nos damos cuenta de que el mundo no es una sala de juegos”.