Entrevista Revista 13th

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Por Ligia Berg. Abril 2014

¿Empezaste haciendo fotografías o empezaste con otra disciplina?

La fotografía llegó a mí casi a la par de la escritura con un necesario guiño de muleta, de auxiliar imprescindible, fiel ángel de la guarda mecánico. Pasé y traspasé infancia y adolescencia en una suerte de trance introspectivo: al chocar con el exterior, mi interior tuvo que expandirse. Y estos medios se convirtieron justamente en eso, en medios vitales.
Hay una anécdota interesante. Desde pequeño escribía mis sueños, no sé bien por qué, pero fue un ejercicio que mantuve siempre debido a la fuerza de mis sueños, el límite ínfimo que no logro definir entre realidad y vida onírica. Recuerdo una hoja en particular en la cual escribí a los cinco años una breve historia, me llamó la atención ver, luego, que algunas palabras eran inventadas, me daba curiosidad saber qué habría querido decir con éstas. Más grande fue mi inquietud cuando, en un viaje por Europa hace unos catorce años, encontré que algunas de esas palabras eran nombres de calles reales, en Venecia si mal no recuerdo. Toda esa imaginación estaba allí, tangible. Ese es el contexto de las fotografías de mi primer obra.

¿Cómo definirías tus fotos en tres palabras sueltas?

No-lo-sé.

¿Cuánta influencia hay de la música en tu trabajo?, si es que la hay, ¿y qué lugar ocupa la música en tu vida?

Siento y creo firmemente que la vida y la obra van de la mano, se necesitan y se complementan, se entrecruzan pero no se pisan. La música está en mis imágenes tanto lo visual se ilustra también en mis sonidos. Nunca diferencio. Obviando las bandas que tuve en la adolescencia y después, a nivel personal siempre me interesó, ¡me obsesionó!, la experimentación con sonidos más allá de los instrumentos convencionales. Registrar algo y darle mil vueltas hasta sentirlo fiel. Hace unos años que, muy en secreto, estoy grabando algo con peso, lo había dejado de lado un tiempo y lo retomé en el verano pasado. Lo que me gusta de esos sonidos es que a las pocas personas que les hice escuchar la respuesta fue la misma, el hecho de que se puede apreciar toda una historia claramente a través de las piezas, eso me entusiasma.
Lo mismo sucede con las sesiones, si la búsqueda estética y la acción van por un contexto determinado voy a seleccionar una música que guíe a los participantes hacia esa sensación. Sea el miedo, el placer o lo que corresponda en ese momento. Igualmente cuando salgo más libre en búsqueda de imágenes por las calles sin rumbo, la música que elija será una suerte de Caronte. Eso es algo que les suelo aconsejar a los alumnos en mi taller de fotografía.
Desde que me despierto hasta que acuesto hay música en mi vida, es tan necesaria. Su constancia y su diversidad. Me ayuda a pensar, a digerir. A enfrentar la calle: si tomo el subte y me quedo sin batería en el celular sufro. El único lugar donde opto no escuchar canciones es cuando me entrego a la naturaleza, ella misma me da sus sonidos.

Leímos que integraste música y fotografía en varias expos tuyas, ¿de qué manera hacés que se relacionen, cuál es tu función en ésto, componés las melodías, tocás algún intrumento?

Recuerdo particularmente la presentación de la obra Dernier Baiser, allá por el 2006 o 2007 en Espacio Ecléctico. Para el vernissage volví a reclutar a varios de los participantes de la obra para que estuvieran presentes esa noche, con el mismo vestuario de traje y máscaras o de textos pintados en el cuerpo, tal cual habían estado en la obra. Como más que una muestra era una instalación lo que habíamos montado, me interesó que hubiera una perfomance también. Que nadie pudiera escapar a la sensación. Y el elemento faltante era la música. Para ello entonces grabé unas piezas de ruidismo que entremezclaban sonidos filosos, industriales, con gemidos reproducidos muy lentamente, más cercanos a lamentos de un matadero que a un contexto porno, y todo eso se fue repitiendo toda la noche a un volumen bastante alto. ¡Era insoportable!, la gente miraba extrañada, otros se indignaban y yo moría de vergüenza. ¡Muy lindo!

¿Qué te inspira?

Mmm qué difícil… todas las grietas de placer y de dolor. Todo aquello que me hizo y hace sentir que vine en un ovni, y todos aquellos en quienes las palabras se reflejan, esas palabras que pueden salvar una vida.

¿La expo que visitamos en Perotti (ERRORr#) es uno de tus últimos trabajos?

En ERROR#, que en sí no es sólo el nombre de mi muestra sino del ciclo todo de las presentaciones que se están dando en el primer piso de la galería Perotti coordinadas por Pedro Giunta, estoy presentando material de la obra Bauiernoss, la cual es desde hace más de tres años mi caballito de batalla diario.

Te gusta el error se ve, ¿qué encontras él?

El error permite aprendizaje y superación, y ese es el movimiento que nos mantiene vivos.

¿Cuál es tu color favorito?

El negro, no hay mejor lugar para moverse que la obscuridad. A veces fantaseo con ser un fantasma y accionar desde allí, entre sombras. Tal vez es lo que vengo haciendo.

¿Tu forma favorita?

El caos, la variante, el cambio constante. Soy muy inquieto y por eso amo el mar.

¿Una textura?

Recuerdo, hace más de diez años, en la casa de mis padres estaban por tirar una vieja cocina (el artefacto), la cual quedó varada unos días en el hall de entrada esperando a que la pasarán a retirar. Una noche, en plena obscuridad, no sé por qué se me ocurrió ir a verla, tocarla. Bajé a ciegas por las escaleras y metí las manos en el horno. Esa sensación que tuve al tocar los fierros oxidados, ese desgaste, me persigue al día de hoy. Entendí que de alguna manera todo cuerpo, los huesos, no es más que eso, ese oxido, que por más que se lo recubra con telas caras y estandartes seguirá siendo eso. Es una imagen recurrente a lo largo de mis obras.

¿Una película?

Alphaville o Weekend, ambas de Godard. La forma, el discurso, la estética, ¡todo! No puedo obviar igualmente toda la saga sobre Antoine Doinel de Truffaut. No voy a dejar atrás tampoco a Bergman y a Kubrik. Y charlando con vos nació mi curiosidad por Bela Tarr, dicho sea de paso.

¿Un disco?

Recuerdo una tarde que volvía de comprarle comida a mis gatas y en mis auriculares pasaban canciones de Iggy Pop, Television, The Cure y Joy Division. Esas seis cuadras de Cabildo a LM Campos generalmente suelen darse en soledad y me llevan a meterme mucho en mis pensamientos. Al reconocer que entre esas canciones había un común denominador, me hice esta pregunta a mí mismo, ¿si me preguntaran, qué disco diría que es mi favorito? Al llegar a mi casa tenía un mail/propuesta del suplemento Ñ con preguntas similares y me causó mucha gracia y sorpresa la coincidencia. Ahora te puedo decir que contesté tus preguntas escuchando “London Calling”.

¿Un fotógrafo?

Podría nombrar muchos en realidad, pero elijo dos, Kertész y Cartier-Bresson, ambos por la misma razón, que ya te imaginarás cuál es.

¿Un actor?

Creo que te puedo decir Jean-Pierre Léaud. Por el personaje de Antoine Doinel, por Masculin Feminin, La Chinoise, y La Maman et la Putain. No particularmente porque sea buen o mal actor, sino por haberme sentido tan representado con esos personajes. ¿Viste cuando sentís que una película la hicieron para vos?

¿Un momento del día?

Los instantes eternos. El momento de satisfacción durante una sesión de trabajo. El momento en el cual sos junto a la naturaleza. El momento en que besás a una chica que te gusta.